martes, 31 de marzo de 2020

"Según cuenta la leyenda".

Hace muchos años, allá por el 2020, la humanidad sufrió la invasión de un virus que arrasó con gran parte de la población mundial, poniendo en riesgo la supervivencia del Hombre como especie.
La multiplicación de los contagios se debió a dos causas: la primera, la virulencia con que crecía el virus una vez alojado en el cuerpo de las personas, algo nunca visto; la segunda, la desobediencia de la gente en cuanto a quedarse en casa cumpliendo con la cuarentena obligatoria impuesta por el gobierno de cada país.
Pero hubo un caso que llamó mucho la atención, cuando terminada la pandemia, en el pueblo petrolero de San Irineo, a 50 kilómetros al sur de la ciudad de Biglia, ningún habitante resultó alcanzado por el virus.
Cuando le consultaron al intendente del pueblo a qué se debía tanta "suerte", el funcionario dijo que había sido una estrategia de política urbana.
-¿Cómo es eso? -preguntó un periodista en conferencia de prensa.
-Les explico -respondió el intendente-. Como sabíamos que la cuarentena iba a ser sistemáticamente desobedecida, tuvimos que hacer correr la noticia de que un virus más fuerte estaba creciendo en las cocinas de cada casa, por lo que le pedíamos a la gente que se alejara de los focos de calor para evitar los contagios. Resultado: todo el mundo se reunía en las cocinas de sus hogares por el solo hecho de transgredir la regla y manifestar su rebeldía.
Cuando salí a hacer la recorrida, en vez de ver gente deambulando por la ví

a pública, vi calles desiertas. Todas las familias, encerradas en sus casas, se protegían del virus real creyendo que así estaban manifestando su adhesión a la desobediencia generalizada en contra de las autoridades.
La estrategia fue exitosa. A tal punto que San Irineo fue el único pueblo -en el mundo- en donde la pandemia no pudo entrar y siguió de largo.







jueves, 12 de marzo de 2020

"El viejo motociclista".

Nadie podía calcular la edad don Eugenio Barrantes. Sólo podíamos arriesgar a decir que los años que llevaba encima eran muchos. Muchísimos. Los suficientes como para hacer que su barba blanca, el cabello largo plateado, y su extensa experiencia en mecánica de motos, lo hayan colocado en el lugar de un patriarca: en el Patriarca de las Motocicletas.
Cuando le llevé la mía aquel día, el viejo motociclista no tardó en darse cuenta de que mi falta de experiencia en el armado del carburador era la única razón por la cual mi máquina jamás arrancaría.
Con la serenidad de un sensei, el viejo Eugenio sentenció:
-Así en las motos como en la vida, existen reglas o normas que no se deben desconocer por nada del mundo. Hacerlo, implica afrontar las consecuencias de haber violado una la ley. Y es la causa natural de la mayoría de nuestros padecimientos.
-Es verdad -atiné a responder enseguida-. Empujar la moto hasta aquí fue un verdadero padecimiento.
-Si hubieses tenido en cuenta la flecha grabada en el flotador que indica la posición correcta en que debe ser colocado, no hubieses tenido que pasar por todos esos padecimientos.
-En realidad, no lo sabía -me justifiqué-. De haberlo sabido, no estaría aquí.
-Está indicado en el manual de uso de tu moto, el que trajo cuando la compraste -rebatió don Eugenio mientras le daba arranque a la moto.
-Los manuales de usuarios, las reglas de procedimientos, las cartillas de instrucción, los modos de uso, e incluso la Biblia -continuó don Eugenio, mientras me acompañaba a la calle- son mapas que te guían para que transites un camino que te lleve a un destino feliz.
Es bueno tenerlos siempre a mano.
Si seguís sus indicaciones al pie de la letra, cada vez que hagas algo, te saldrá bien.
En ese momento sólo quería salir a la calle y seguir disfrutando de mi flamante moto.
Pero con los años comprendí que, como me enseñó el viejo motociclista, la vida se rige por leyes que, conociéndolas y practicándolas, nos garantizan la misma felicidad que experimenté aquella vez, cuando don Eugenio me devolvió una moto andando y con el carburador armado como Dios manda.






"Conocerán la verdad."

Cuando tenés la llave para abrir la puerta de la celda que te aprisiona, sos libre.
Cuando podés contar con una brújula que te guía hacia el rumbo correcto, ese rumbo que te lleva directo a la libertad, ya sos libre.
Cuando disponés de un saber que te garantiza sustento económico, sos libre.
Cuando, después de mucho esfuerzo, lográs subir a la parte más alta del árbol para tener una perspectiva más amplia del bosque, sos libre.
Cuando te das cuenta de que tenés la capacidad de ponerte en los zapatos del otro para entender porqué es como es, sos libre.
Cuando, estando preso, te enfocás en logar, antes que nada, la libertad de tu compañero de celda, ya sos libre.
Cuando te proponés buscar incansablemente la libertad y no parar hasta encontrarla, sos libre.
Cuando amás, sos libre.
Cuando das, sos libre.
Cuando conocés la verdad, sos libre.