miércoles, 5 de junio de 2019

"El Cristo de las carreteras".

Cuando la tarde caía
y el sol se volvía nada,
mi aliento se consumía
y mi vida se apagaba.
Nadie pasó para verlo,
nadie detuvo su marcha,
sólo me acunó el silencio
acariciándome el alma.
Las heridas del naufragio
dibujaron una mancha
de rojo punzó en el suelo
para que eterna quedara,
y transcurrida en el tiempo,
mi espíritu no olvidara
que alli se esfumó mi vida
como si nada pasara.

Cuando la tarde caía
y el sol se volvía nada,
de pronto, una luz del cielo
descendió sobre mi cara.
El "Cristo de Carreteras"
desérticas y olvidadas
me tomó fuerte en sus brazos,
para que no desmayara.
Y soltándome el remedio
de Su Bendita Palabra,
me dijo, suave, "no temas,
que sano estás por mis llagas".
Poco a poco fue ascendiendo
y, antes de que se alejara,
Su voz susurró en el viento:
"Levántate pronto y anda".

Le pedí que no se fuera,
que nunca más me dejara
y en mí se quedó viviendo
como si fuese en su casa.
Y cada vez que me encuentro
en la misma encrucijada
de recorrer carreteras
desérticas y olvidadas,
sé que Él camina conmigo
a donde quiera que vaya
desde que tocó mi pecho
para que resucitara,
cuando la tarde caía
y el sol se volvía nada.


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