sábado, 16 de febrero de 2019

"Vocación".

El abogado defensor -con apenas unos meses de graduado- presentó ante el juez pruebas tan contundentes a favor de su cliente que le permitieron empezar a crecer en su autoconfianza, pronunciando un alegato final tan conmovedor como eficaz, confirmando firmemente que su defendido debía ser absuelto ya, de manera inmediata.
El padre del joven abogado -también abogado- presenciaba, expectante, el juicio. El derecho, más que una pasión, había sido un mandato familiar por generaciones.
El juez, absorto por lo abrumador de las evidencias, dictó su veredicto: "Se declara al acusado inocente".
A pesar de que la decisión del juez causó gran alegría, nadie festejó en la sala. Todos guardaron un respetuoso silencio, hasta que por un altavoz se oyó decir: ¡¡Corteen!! ¡¡Los actores quedan liberados!! ¡¡Película terminada!!
Ahora sí. Estallido estruendoso de aplausos y abrazos entre "el acusado" y "el juez".
El padre del defensor no entendía nada.
-¿Estábamos dentro de una película?-lo interrogó desconcertado.
-Si. -comfirmó el hijo, con vestigios de culpa-. Como te habrás dado cuenta, no soy el abogado que a vos te hubiese gustado que fuese, soy actor.
-Sin embargo sigo creyendo que sos un excelente abogado -respondió el padre, entre sorprendido y emocionado-. Y para que yo me creyese que estaba frente a un excelente abogado, tuviste que haber sido, antes, un extraordinario actor. Te felicito hijo. Lo hiciste increíblemente bien. Defendiste con garra tu vocación. ¡Dame un abrazo!
Esa noche hubo cena con actores. Y algunas selfies donde aparecían, abrazados, "el defensor", el padre del "defensor", "el acusado" y, obviamente, "el juez".




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