jueves, 25 de octubre de 2018

"Del lado del acompañante".

Allí estaba yo. Parado en medio de la nada, al costado de la ruta, como único testimonio viviente de un desierto infinito. El vapor que soplaba la tapa del radiador de la camioneta aconsejaba parar un rato para dejar enfriar el motor y la turbina de mis pensamientos. El sol se empeñaba en descargar toda su furia sobre mí como una forma de cobrarse mis deudas con la vida. Bajo del vehículo para atrapar todo el aire posible, porque sentía que ya no podía más y las fuerzas me estaban abandonando. Me alejo unos metros de mi vieja chata para estirar las piernas, y al volver, observo que la cantidad de magullones que cubrían la carrocería eran un claro resumen de lo mal que siempre la traté por causa de mis explosivas metidas de patas al manejar. A veces, intencionalmente; otras, sin querer, descargué en ella todas mis frustaciones sin darme cuenta de que, a pesar de mis cambios de humor, ahí estaba, siempre dispuesta a llevarme sin reclamarme nada. Como una fiel servidora, celosa de cumplir correctamente su misión. Hasta que el persistente calor del sol y el de mis pensamientos, hicieron que de repente casi fundiera el motor. Por eso pensé que se merecía hasta el último bidón de agua que me quedaba, como una forma de pedirle perdón por tanto maltrato injustificado. La boca del radiador se tragó todo el agua sin respirar. Volví a sentarme al volante y, casi como esperándote, como una perfecta premonición planificada, apareciste de la nada. Respondiendo a mis pedidos al cielo. Confirmando una vez más que cuando todo parece estar destinado al naufragio, en el último segundo, aparece el rescate. Y ocupando el lugar del acompañante -me acuerdo como si fuese hoy- me propusiste cambiar los roles y empezar a manejar vos. En el estado en que me encontraba, fue la propuesta más extraordinaria que me podían haber hecho. Y debo reconocer que acepté, tragándome el orgullo que en otras épocas me hubiese impedido dejar que otro osara tocar mi chata, sólo porque me sentía totalmente desbordado. No fue más que bajar de un salto y dar la vuelta para sentarme a tu derecha y ver en tus manos la seguridad del que toma el volante con determinación, y en tus ojos, un brillo de alegría que sólo podía traducirse con una sola palabra: fidelidad.  Porque nunca dejaste de ser fiel a tus promesas. Siempre me ofreciste una mano y nunca quise aceptarla. Hasta que, sin recursos ni alternativas, sentí que caiste justo en el lugar indicado, en el momento oportuno. Y me alegré por eso. Y entré en un estado de resurrección que con el tiempo me di cuenta que fue lo más parecido a un milagro. Lo cierto es que de copiloto todo empezó a verse diferente. Me acuerdo que pisaste el acelerador y mi espalda se pegó al instante al respaldo del asiento, haciéndome suponer que la velocidad iba a ser el nuevo idioma con el que nos íbamos a comunicar. A los diez segundos bajaste el ritmo y a partir de ahí todo empezó a ser más relajado. Pusiste música nueva para mi, me sugeriste que era buen momento para empezar a descansar, y que dormir un rato no me vendría nada mal y te hice caso. Me dejé llevar por lo envolvente de la música y, por primera vez en años, tuve un sueño tan placentero del que me costó despertarme. A la noche cena en una estación de servicio de la ruta. Yo, vinito; vos, agua mineral. Obvio, te declaré conductor designado.
Hoy, ni siquiera me tomo el trabajo de leer los mapas para saber dónde estaremos mañana porque ya no existe el mañana. Y porque ahora el que maneja sos vos. A vos te entregué el título de propiedad, la cédula verde y la caja de herramientas para que te hicieras cargo de la chata, de mi vida y de mí. Y al parecer, no me está yendo nada mal. Supe darme cuenta a tiempo de que solo no iba a poder. Por eso te llamé. Te invoqué cual ritual para hacer llover y apareciste. Y no te pienso dejar ir nunca más.  Porque recién hoy puedo comprobar que no hay mejor lugar para disfrutar de una segunda oportunidad en el viaje de la vida que desde el lugar más  divertido y más relajado que podía existir: del lado del acompañante.


2 comentarios:

  1. Que hermosa historia!!! Me encanto y me hace reflexionar en muchas cosas importantes que suceden en el largo y maravilloso camino de la vida.

    ResponderEliminar