Un gran error.
Un gravísimo error haber confiado en ese que nos sugirió tomar por un atajo que se convertiría en una trampa mortal. Ese que cuando nos vio a Fede y a mí caídos en el barranco, atrapados con las motos encima y cubiertos de lodo, no sólo no nos socorrió cuando se acercó con un grupo de "amigos", sino que se llevó nuestras alforjas y vació nuestros bolsillos, alejándose despreocupadamente, haciendo oídos sordos a nuestros pedidos de auxilio.
Pero así como habíamos caído engañados en el peor de los infiernos, un ángel enviado por Dios acudió a prestarnos ayuda y a darnos una inolvidable lección.
Era otro motociclista que paró a sacar fotos y, a través del zoom de su cámara, logró detectarnos desde lejos.
Resultó asombrosa la velocidad con que nos quitó el lodo que nos cubría y rápidamente nos puso de pie.
Pero más asombrosa aún fue la facilidad con que subió nuestras motos a la ruta que, aunque impregnadas en barro, lograron ponerse en marcha otra vez.
No sabíamos cómo hacer para manifestarle nuestro agradecimiento, porque realmente nos había salvado la vida.
-No se preocupen. -dijo con voz tranquila-. Lo importante es que están bien y que esta experiencia les haya servido para que nunca olviden las tres claves de todo viaje en moto.
-¿Y cuáles son esas tres claves? -preguntó Fede, siempre fiel a su eterna curiosidad.
-La primera es el camino seguro y confiable. -sentenció nuestro amigo caído del cielo-. Nunca se aparten de él intentado por atajos. Además, si les pasa algo, siempre habrá alguien que se detendrá para ayudarlos.
La segunda es la verdad. Deben guiarse por mapas fidedignos así no caen en manos de quienes los quieran engañar. Y la tercera es la vida.
En todo viaje deben estar contempladas todas las medidas de seguridad para que siempre esté preservada la vida.
Si guardan estas tres claves y las aplican, cada viaje será una aventura increíble, y cada kilómetro recorrido un regalo de Dios.
Mientras subíamos a nuestras motos, yo pensaba en la aparición milagrosa de nuestro salvador. Y cuando nos disponíamos a saludarlo para retomar la marcha, ya no estaba.
Se había ido tan misteriosamente como cuando llegó.