sábado, 28 de noviembre de 2015

"Puedo".

Puedo volar sin freno a las montañas,
puedo enterrar por siempre a esta ciudad,
puedo pasarme un poco de la raya
y no salir a buscarte si te vas.

Puedo matarle  el filo a las palabras,
puedo lanzarme al océano del mal,
puedo quitarle el sol a la mañana
y enceguecer con tanta oscuridad.

Puedo creer que nada es como creo,
puedo subir a ver qué hay más allá,
puedo dejar colgados mis recuerdos
y nunca más volverlos a buscar.

Puedo seguir las voces del instinto
y tener la sensatez de un animal,
puedo volver al cauce del camino,
puedo morder el polvo una vez más.

Puedo jugarme al poker la esperanza,
y tener escondido siempre un as,
puedo ver que la suerte me acompaña
o me deja en completa soledad.

Puedo empezar de nuevo donde sea
y estrenar una nueva identidad,
puedo dar, con esfuerzo, el primer paso
de lo mucho que me queda por andar.

Puedo escribir el guión de mi destino
reservando lo mejor para el final,
puedo cerrar con “Fin” la última escena
o, quizás,  con un gran “Continuará”.


viernes, 6 de noviembre de 2015

"Tu mamá se fue a Uruguay".

-Abu ¿cuándo vuelve mamá de trabajar? -pregunta una de las mellizas mientras se sienta a la mesa para dar comienzo al almuerzo.
-¡Vamos niñas! A la mesa que el puré está calentito y, si nos ponemos a charlar ahora, van a comer las milanesas congeladas.
-Mamá nos contaba un cuento para ir a dormir -comenta la otra melliza-. ¿Por qué se quedó a dormir en otro lado?
La abuela intenta una explicación que deje tranquilas a las mellizas o, que al menos, las vaya acostumbrando a aceptar la nueva situación.
-Tu mamá se fue a trabajar a Uruguay por unos días. Y me pidió que me encargara de ustedes. Que les preparara el desayuno, que las lleve a la escuela, que las vaya a buscar, que las lleve a la plaza, el almuerzo, la tarea, que las haga dormir.
- Y por qué no se despidió de nosotras, Abu?
-Porque cuando me llamó por teléfono para avisarme que se iba a Uruguay, era muy temprano y ustedes dormían. Me dijo que les dejaba un besito a cada una y que le hicieran caso a la abuela hasta que ella vuelva. Así que no se habla mas. ¡A comer que el puré ya debe estar tibio!

Las mellizas se sumergen momentáneamente en el placer de saciar el apetito que provoca la escuela, con las deliciosas milanesas de la abuela, mientras esperan, ansiosas, por unos días, el regreso de mamá. 
-Voy a sacar la basura a la vereda y vuelvo, eh?. Les dejo la tele encendida. Acá está el control. 

Una de las mellizas se apura a ganarle a su hermana y se apodera del control.

La abuela desaparece de la cocina, lentamente, con una bolsa de supermercado en la mano y se dirige hacia una puerta que da al sótano de la casa. Abre la puerta con una llave que sacó de un bolsillo y enciende la luz. Baja con dificultad la escalera de un sótano derruido, invadido por la humedad y la oscuridad. El aire es irrespirable por falta de ventilación. La lamparita encendida, apenas ilumina el lugar donde se queda parada la abuela. En un rincón, en medio de la oscuridad, los ojos de una mujer se abren lentamente encandilados por la luz. Su cuerpo tirado en el piso se pega contra la pared y empieza a temblar de terror. Un gemido ahogado le entrecorta la respiración y el corazón está a punto de estallarle, irremediablemente.

-Te traje el almuerzo -dice la abuela con total naturalidad, mientras apoya la bolsa sobre una mesa tapizada con kilos de tierra-. Tus nenas preguntan por vos. Si te portás bien y me prometés que no vas a gritar, tal vez te saque la mordaza y te desate las manos para que comas. Eso sí: nunca más vuelvas a decirme que me vas a internar en un psiquiátrico ¿oíste? ¡Nunca más!.